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2 Escena I

 

Entran Arcenio y Clauso al frente de un grupo de sublevados y Emilio intenta detenerles.

ARCENIO

El imperio pide sucesor. Dádnoslo, que importa.

 

EMILIO

Caballeros, decidnos, ¿Por qué estáis furiosos?

 

CLAUSO

¡Que se case o que pierda estos reinos!

 

EMILIO

Esperad, tenéis razón.

 

ARCENIO

Pues si tenemos razón, que se case,

o que renuncie y que reine otro gobernante.

 

EMILIO

¡Pero Rosaura es vuestra señora por derecho!

 

ARCENIO

Nadie lo niega. ¡Llama a las armas!

 

CLAUSO

¡A las armas llama!

 

Tocan al arma. Salen ROSAURA y ALDORA. Al verlas, los sublevados quedan desconcertados.

 

ROSAURA

¡Esta sublevación es injusta!

¡Alto! ¿A dónde vais?

 

Rosaura
Rosaura addresses her subjects.

 

ARCENIO

Yo, no…

 

CLAUSO

Señora…

 

ROSAURA

¿No habláis? ¿No me respondéis?

¿Qué es esto? ¿Quién os enoja?

¿Quién altera vuestra paz? Hablad.

 

ARCENIO

¡Qué sabia!

 

EMILIO

¡Qué hermosa!

 

ARCENIO

Gran señora, la causa de su furia sois vos.

 

ROSAURA

Pues si yo soy la causa, explicádmela,

porque la desconozco.

 

EMILIO

Rosaura hermosa, os diré a lo que han venido;

perdonad y oíd, Señora.

Vuestros vasallos os piden

que os preparéis para casaros

y han propuesto como candidato

al príncipe de Polonia, al de Chipre

y al de Transilvania, Inglaterra y Escocia.

Si no elegís a alguno de ellos,

dicen que el reino se dividirá

y estaréis en peligro.

Yo os aconsejo, emperatriz,

que valoréis si es mejor casarse o no.

 

ROSAURA (Aparte)

(No sé cómo responderle, ahogada como estoy de enojo.

¡Semejante atrevimiento!

¡Locura tan insensata!

¡Que éstos ofendan a mi honor!

¡Que así se opongan a mi valor!

Pero no tiene remedio; porque si las armas toman,

y ellos, desagradecidos se niegan a obedecer a la corona,

¿Cómo puedo defenderme, siendo ellos muchos y yo sola?)

¡Ay, querida Aldora, si yo te hubiera creído! ¿Qué haré?

 

ALDORA

Responde, amorosa, que te den un año de plazo

y que si durante ese tiempo no contraes matrimonio,

les das permiso para que dispongan del reino como quieran.

 

ROSAURA

¡Ah, vasallos! Si sois traidores,

¿qué importa convenceros con beneficios

u obligaros con alabanzas?

 

EMILIO: Gran Señora, ¿qué respondes?

 

ROSAURA: Agradecida del afecto y dudosa de la decisión,

me he quedado sin palabras.

No obstante, quiero que escuchéis, vasallos.

Porque os quiero contar la causa

que hace tanto tiempo dificulta mi propósito.

Ya sabéis que este imperio, gloria de este hemisferio

obedeció al ilustre Aureliano, mi padre, como rey soberano.

Imperio que fue herencia de su real y antigua descendencia.

También sabréis cómo mi madre hermosa,

estuvo mucho tiempo sin hijos herederos

y que ambos imploraban a los cielos

con desvelos…

Mas sus insistentes peticiones hicieron efecto:

el cielo, compasivo u obligado,

acabó dándoles el fruto deseado.

Pero vino con la pena, ¡oh, infeliz suerte!

de la muerte de aquella hermosa aurora,

Rosimunda, mi madre.

Ya lo sabéis, pues, escuchadme atentos.

Quedó el emperador, mi amado padre,

con un golpe tan pesado, sin alegría

en tan triste día.

Pero viendo que se hundía sin remedio

en un dolor tan áspero,

le dio tregua al pesar, como cristiano

(pues fuera inútil ser su propio asesino).

No pudiendo devolver la vida a su adorada esposa,

dejó de pensar, en fin, en su pena dolorosa.

Y quiso predecir, mal seguro, mis futuras dichas.

Consultó las estrellas,

miró la influencia de sus luces bellas,

examinó, curioso, el aspecto, benévolo o cruel,

de Venus, Marte, Júpiter, Diana,

las guías del cielo, las llamas de ese globo azul

que todos los astrólogos estudian.

Sus opiniones coincidieron

y me pronosticaron mil eventos fatales.

Y todos dieron por verdadero el anuncio

¡con qué temor, ay, cielos, lo pronuncio!

que un hombre —¡fiero daño!—,

rompiendo su promesa,

correspondería a mi sinceridad con engaños

Y que, si en este tiempo no reparaba esta corona con mi astucia,

riesgo correrían tanto ella como mi persona.

Porque este hombre engañoso, con palabra de esposo,

provocaría el fin de mi vida.

Supe después — ¡triste de mí! —

mi fatal destino de los labios de mi padre.

Así, por no perderos ni perderme,

no he querido, vasallos, decidirme a elegir esposo.

Pero, puesto que ya me ponéis en este dilema,

sea o no justo, accedo a daros rey.

Que sepan el de Transilvania, Chipre, Escocia,

Albania, Polonia e Inglaterra,

que podré rendirme, mas no será con guerra.

Que solo podrán conquistarme

con la ayuda de una firme presencia,

dulzura, agrado, amor, correspondencia.

Que me merezcan, que galanteen,

que escriban, que hablen, que sirvan y paseen;

rendirán mi desprecio con su perseverancia.

Vencerán mi orgullosa bravura

y en tanto, yo, avisada y cautelosa,

huiré de la amenaza que las estrellas anunciaban

examinando al candidato más constante y firme.

Puesto que es forzoso rendirme al yugo de Himeneo,

que temo pero deseo, por satisfacer vuestras pretensiones

vayan, pues, juntos mi amor y vuestros deseos.

Para decidirme a morirme o a casarme solo preciso un año.

Y si al fin os disgustara mi temeroso intento,

obligadme por fuerza al casamiento.

O elegid rey de fuera.

Todos sois nobles y vasallos míos.

ayudadme a vencer los disparates de mi suerte inhumana,

pues soy vuestra señora legítima.

Veremos quién será el ingrato

que ha de engañarme con trato desleal.

Busquemos modo o suerte

para huir del influjo contrario y fuerte

de aquella profecía áspera, cruel.

 

Éste es, nobles, mi parecer; éste es mi pensamiento;

éste mi ruego y estos mis temores; ésta la severidad de mi destino

y éste el plan con que repara

tan triste destino la infeliz Rosaura.

 

EMILIO

Emperatriz hermosa,

sentimos tu pena dolorosa, como es justo.

Y así, tu majestad haga su gusto

y repare este daño en el plazo de un año.

Y en él pruebe la fe, la lealtad y la obediencia

con que encontrará rendidas

las honradas vidas de sus vasallos.

Esta opinión expongo.

Ahora vuestra alteza diga la suya y díganos su parecer.

 

ROSAURA

Que sea tal y como os he dicho.

 

EMILIO

Pues, contento estoy. Con esto el reino se restaura.

¡Viva la emperatriz, viva Rosaura!

Tu nombre, en bronce eterno, escriba el tiempo.

¡Viva la emperatriz! ¡Rosaura viva!

 

Suena música de tambores y danza, y se va la multitud.

 

 

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